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Ciudad de la Cultura de Olula del Río: el oasis de arte que salda una deuda histórica con el realismo español

Juan F. Calero

Hablamos con el artista Andrés Ibáñez, artífice del proyecto en la localidad almeriense expandido a la capital de la provincia, donde la Fundación de Arte Ibáñez-Cosentino y la Diputación de Almería, acaban de inaugurar el Museo del Realismo Español Contemporáneo (MUREC)

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Olula del Río (Almería). La primera exposición de Andrés García Ibáñez (Olula del Río, 1971) fue un éxito. “Tenía 11 años y vendí todos los dibujos”. Desde entonces, ha llevado su pasión por el realismo español a su propia obra y a un proyecto de ambición desmedida con el que ha demostrado que la perseverancia es la mejor arma para cumplir algunos sueños. Hoy, la Ciudad de la Cultura de Olula del Río, la integran el Museo Casa Ibáñez, el Centro Pérez Siquier y la Mujer del Almanzora, una impresionante cabeza femenina, obra de Antonio López, que sorprende desde la carretera en medio de un paisaje donde es fácil vaticinar la proximidad de otro tórrido verano.   

Pero volvamos atrás en el tiempo. Andrés Ibáñez pasó los primeros 6 años de su vida junto a sus abuelos maternos en la localidad próxima de Albox. Su abuelo fue José Ibáñez Fábrega, alias Pepe el Pintor, tallista, artesano, decorador, pintor, ebanista, músico e inventor. También fue su particular ‘facultad’ de Bellas Artes. “Con 19 años me di de alta como autónomo y desde entonces me gano la vida con mis pinturas. Mi tío, el arquitecto Ángel Ibáñez, me recomendó estudiar arquitectura en Pamplona”, explica a Innovaspain.

Esta componente multidisciplinar ha resultado decisiva para su trayectoria y también para entender la Ciudad de la Cultura. “La arquitectura me ha ayudado a comprender mejor la pintura y la escultura, además de servirme para proyectar estos edificios”. La primera piedra simbólica del proyecto estaba hecha de “un anhelo personal”. Y añade: “La Ciudad de la Cultura es una cuestión de justicia con unos artistas inexplicablemente olvidados entre los que me incluyo”.

Casa y Museo

Sin embargo, Ibáñez nunca pensó en construir un museo. “La que hoy es considerada como la primera fase del proyecto, consistió en un edificio que estaría ocupado por mi residencia, un taller grande donde trabajar y tres salas amplias en las que poder exponer a amigos y clientes mis obras de gran formato, algunas colosales. Me había cansado de desenrollarlas y volverlas a enrollar cada vez que les echaba un vistazo. Se trata de obras difíciles de exponer en España, donde prima la sala pequeña de techos bajos”. 

En paralelo, Andrés Ibáñez había atesorado una incipiente colección de obras de autores españoles de los siglos XIX y XX. “Son aquellos a los que más amo. A excepción de Sorolla (también presente en el museo, además de Goya), que ha pegado un subidón brutal en su cotización en la última década, no es descabellado hacerse con obras de los Madrazo, de Zuloaga o Pinazo, por 8.000 o 9.000 euros… Es algo que no ocurre en ningún país de Europa en lo que respecta a sus genios. A veces los adquiero en subastas, otras a través de marchantes y descendientes e intercambiándolos en ocasiones por obras mías”.

El artista Andrés Ibáñez, 'escudado' por dos de sus obras: un retrato del empresario Paco Cosentino y un fragmento de La infancia de Baco (Los Baquillos).

Tras la insistencia del Ayuntamiento de Olula del Río y la Junta de Andalucía animándole a que la iniciativa particular adquiriera rango ‘oficial’ para disfrute de la ciudadanía, el 24 de noviembre de 2004 abría sus puertas el Museo Casa Ibáñez. Sus fondos están formados hoy por más de 1.200 obras, de las que el 95 % han sido aportadas por Ibáñez.

"Tras la entrada de Cosentino, todo rueda más y mejor"

De su día a día se ocupó inicialmente la Fundación Museo Casa Ibáñez, creada en 2005. Un cambio normativo promovido por el ministro Cristóbal Montoro prohibió a los ayuntamientos de menos de 50.000 habitantes gestionar fundaciones. Es entonces cuando la empresa almeriense Cosentino se suma al patronato de la fundación (hoy llamada Fundación de Arte Ibáñez-Cosentino). “Nos ha permitido que todo ruede mejor y más rápido”, afirma Ibáñez.

El proyecto vive desde ese momento un punto de inflexión. En septiembre de 2016, mediante contrato de comodato, el fotógrafo almeriense Carlos Pérez Siquier (1930-2021) cedió a la Fundación de Arte Ibáñez-Cosentino la totalidad de su archivo fotográfico y la gestión integral del mismo. El nuevo edificio de la Ciudad de la Cultura abrió sus puertas en septiembre de 2017.

Se trata del primer museo monográfico de España dedicado a un fotógrafo (Premio Nacional de Fotografía en 2003) aunque alberga obras de otros grandes nombres del panorama nacional. Las fotografías están repartidas en cinco amplias salas que parecen girar en torno al prototipo original de la monumental escultura de Antonio López (el genio de Tomelloso es amigo y estrecho colaborador de Ibáñez desde hace dos décadas) “Mujer de Coslada”.

"Con la puesta en marcha del MUREC, Antonio López ha podido sacarse una espina"

La fundación ha expandido sus acciones hasta Almería capital, aunque Andrés Ibáñez, fiel a la filosofía inicial, considera que lo construido en Olula conforma la ‘casa madre’ del proyecto. El Museo de Arte de Almería es una institución municipal de cuya dirección artística se encarga la Fundación Ibáñez-Cosentino. Está repartida en dos sedes: la antigua casa Doña Pakyta, y un edificio moderno junto a la alcaldía que antes acogió el Centro de Arte Contemporáneo de la capital.

Lo más reciente (abrió sus puertas el 15 de marzo) es, al mismo tiempo, la guinda del pastel. El Museo del Realismo Español Contemporáneo (MUREC), en el que la fundación ha contado con el apoyo de la Diputación de Almería, supone un antes y un después en la oferta cultural de la ciudad. La idea de Andrés Ibáñez contó desde el principio con el respaldo de Antonio López. Ubicado en el antiguo Hospital de Santa María Magdalena (siglo XVI), reúne 260 obras en su colección permanente, dedicada al realismo español desde principios del siglo XX hasta nuestros días.

El 'Museo del Prado' de los realistas

El MUREC es una prolongación de los museos de Olula. La diferencia es que está en una ciudad de 200.000 habitantes, lo que le asegura una afluencia con la que no contamos en la Ciudad de la Cultura, donde necesitamos más recursos, más difusión y más personal”, asegura el artista. En las paredes del MUREC están expuestas obras de Zuloaga, Sorolla o Beruete, los modernistas catalanes (Casas, Rusiñol) o el más genuino tradicionalismo y regionalismo simbolista (Romero de Torres, Solana), hasta llegar a nuestros días con el propio Antonio López y el Grupo de Realistas de Madrid.

Antonio ha podido sacarse una espina con este museo. Lo considera, y así lo dijo en su discurso, el Museo del Prado de los realistas. Se emocionó al comprobar que están representados tres de los que fueron sus maestros en la facultad de Bellas Artes de Madrid: Francisco Soria Aedo, Eugenio Hermoso y Eduardo Chicharro. También algunos de los participantes en los talleres que hemos impartido juntos. Es decir, pese a tratarse de una auténtica institución viva, es alguien muy cercano y accesible. Interesado en lo que hacen los más jóvenes, pero también en reivindicar el realismo de otros tiempos”, detalla Andrés Ibáñez.

La injusticia del olvido

Preguntamos a Ibáñez por las razones detrás de ese asentado ninguneo al realismo que están intentado paliar. “El primer factor que influye en que estos genios de la pintura española hayan quedado relegados es que el discurso de los historiadores españoles en relación con el arte contemporáneo del país está obsoleto”, apunta Ibáñez.

El artista data las primeras monografías al inicio de la democracia. “Estos historiadores compran el discurso de la vanguardia francesa, alemana o americana, cuando en España no tuvo lugar ninguna de ellas. Sin embargo, se preguntan qué parte del arte español del siglo XX se parece más al fovismo, al expresionismo, a la abstracción o al informalismo. El grupo El Paso, tan celebrado, hizo abstracción cuando Kandinsky la había ‘parido 40 años antes”.

Ibáñez señala que este relato sigue vigente y no ha sido revisado. “Es un discurso falso y sectario, que solo posa la mirada en aquello que se parece a lo que hicieron otros, aunque sea con décadas de retraso. Todo ello obviando la existencia de un arte realista, genuinamente español, que queda marginado y apartado”.

Un tótem como Zuloaga está en ese saco, pese a la importancia que tuvo en su época. “Con Sorolla, fue uno de los pintores europeos más importantes, y en plena eclosión de las vanguardias. Fue amigo de Gauguin, Rodin, Picasso o Matisse. Su obra, hija de Goya o El Greco, a los que renueva, es aplaudida por los modernos. Aún no había desembarcado el sectarismo. Cuando a Picasso no lo conocía nadie, Zuloaga era Dios en Francia”.

Errores vigentes

“¿Qué ha quedado de aquella época gloriosa?”, se pregunta Andrés Ibáñez. Al parecer, más bien poco. “El Museo Reina Sofía, que tiene en sus dependencias una excelente colección del mejor Zuloaga, solo expone un cuadro del artista, “El Cristo de la sangre”, y lo hace bajo un discurso denigrante, como si el arte español, además de obsoleto, hubiera estado dominado por la decadencia hasta la llegada del faro luminoso de Picasso”.

Consagración de la copla, obra de Julio Romero de Torres.

El artista añade que, al menos, el nombre de Ignacio Zuloaga aún resuena. Una suerte que no han corrido otros primeros espadas del realismo, como el citado Eugenio Hermoso o el granadino López Mezquita, Medalla Nacional de Bellas Artes con solo 19 años gracias al cuadro “Cuerda de presos”.

Los realistas no lo tienen ahora mucho más fácil que entonces. “La injusticia está muy viva. Han entrado en escena disciplinas artísticas que detestan la pintura, la escultura y, sobre todo, los procesos tradicionales. Hablo del arte digital, la performance, el arte conceptual… lo más puntero es el arte discurso. Lo importante no es la calidad estética o artística de las piezas, sino que ese discurso sea bien aceptado por el establishment. Es en esas aguas donde se mueven los artistas protegidos por las administraciones públicas”.

El drama de la incultura

En medio de esta vorágine, Andrés Ibáñez y Antonio López siguen a lo suyo. Cuando realizamos esta entrevista, ambos preparan un inminente viaje que les llevará a pintar las montañas granadinas desde La Alhambra. “Por desgracia, somos pocos los que nos metemos en el berenjenal de sacar los bártulos a la calle y pintar al natural. Ahora existe también un realismo que Antonio y yo consideramos cuanto menos dudoso, ya que los artistas trabajan sistemáticamente copiando fotografías de poca calidad. Quizá seamos demasiado puristas. No sé si tenemos razón, pero no vamos a cambiar a estas alturas”.

Ibáñez también admite que hay realistas actuales en verdad virtuosos. “Lo malo es que cuesta separar el grano de la paja, y más en una sociedad que ignora estas cuestiones, empezando por los poderes públicos. Ahí están los muchos museos de arte contemporáneo que han visto la luz en España en los últimos tiempos. Todos ellos nacen con un pecado original: la administración compra sin rechistar un discurso ultra conservador que le lleva a no apostar por todo lo que, en teoría, no sea ‘famoso’. Desde la incultura, los técnicos se valen de lo que les cuentan hipotéticos entendidos en la materia. El resultado: círculos cerrados y museos miméticos”.

Nos marchamos de la Ciudad de la Cultura de Olula no sin antes hacer una visita a la Mujer del Almanzora, un monumento de 8 metros, a caballo entre la escultura, la ingeniería y la arquitectura, donde “todo el mundo (la piedra fue cedida por Cosentino) cobró menos de lo que debería”, empezando por Antonio López y terminando por unos obreros cuya implicación y saber hacer fueron admirables". El siguiente paso para completar el círculo de la iniciativa pasa por la construcción de un gran auditorio, pero, por ahora “habrá que esperar”.