“Efecto adverso”. En medicina, este término quiere decir que algo que no debería pasar, pasó. En América Latina, muchas veces eso se reduce a un error de comunicación. Historias clínicas que se pierden, un fármaco al que era alérgico un paciente sin que lo supiera el médico, datos importantísimos que están escritos de forma ilegible... Este tipo de pifias cuestan vidas, el 60 % de las muertes en casos de efectos adversos. Cuando el venezolano Luis Santiago dio con estas cifras, publicadas en 2010 por el Ministerio de Sanidad español, no pudo contener su frustración: “En el siglo de la informática esto no debería pasar”, sentencia. Es por eso que, tras varios años en el sector de la tecnología, lanzó en 2016 la startup PEGASI con el fin de digitalizar los datos médicos en los servicios de sanidad de Hispanoamérica.
La apuesta es, según explica el CEO y fundador, “el manejo inteligente de la información para pacientes, practicantes y prestadores de servicios de salud”. En otras palabras, digitalizar la mayor cantidad de cosas que no lo están. Una tarea titánica si se toma en cuenta que en América Latina el 70 % de estos datos sigue en papel. Pero los beneficios son enormes. Nada de esperar los resultados del laboratorio en una carpeta o un CD. La información llega en tiempo real al móvil del médico. ¿Hay un paciente nuevo que ha cambiado de doctor? El historial está al alcance de un clic. “Se pueden hacer transferencias bancarias o pago de impuestos en línea. ¿Por qué no hacemos lo mismo con las historias clínicas o los resultados de laboratorio?”, se pregunta Santiago.
Pero las bondades no solo se limitan a ahorrar folios. Van mucho más allá. Una red de información clínica de pacientes anónimos es una base de datos que podría servir para cosas tan grandes como una gestión pandémica en tiempo real. Algo que en estos días es de suma importancia. Santiago ya había trabajado con un software similar en Venezuela, pero no fue hasta que participó en el programa Young Leaders of the Americas Initiative, del Departamento de Estado norteamericano, que contempló la posibilidad del big data y el tamaño que podría tener el proyecto.
Fue en una conversación con su mentor, Michael Berek:
— ¿Cuántos pacientes tenéis? — preguntó el americano.
— Unos 8,5 millones de registros clínicos. Más o menos 2,5 de pacientes.
— ¿Qué hacéis con esa data?
— ¿Nada?— concluyó al recibir de golpe la idea que sugería Berek.
El problema para el venezolano, que en 2020 fue nombrado por el MIT Technology Review como uno de los 35 innovadores latinoamericanos menores de 35 años, no era la solidez de la idea. El reto de verdad estaba en casa: Venezuela seguía sumida en un bucle de inestabilidad económica, social y política. Su familia, como muchas, emigró al ver que el dinero perdía su valor a una velocidad alucinante. Tanto él como sus padres se fueron a República Dominicana. Su hermano y su sobrino siguen en el país sudamericano, y no los ha podido visitar desde entonces.
PEGASI tuvo que parar momentáneamente. El fundador de la startup siguió perfeccionando el modelo de negocio y buscó una ingente cantidad de inversores para lanzar su idea al estrellato. Pero tuvo que hacerlo en las madrugadas, mientras trabajó para el banco Citibanamex en Ciudad de México. “Solo tenía tiempo desde la una de la madrugada. Pero sirvió para seguir mejorando la idea de lo que quería ofrecer”. Poco menos de un año después, logró colarse entre los 60 ganadores de una aceleradora de startups en Chile. Al fin, después de aquella conversación en Estados Unidos, PEGASI despegó. “Muy chingón”, resume el innovador, que no desperdicia la ocasión para hacer gala de los mexicanismos que adoptó en esos meses de planificación en la capital azteca.
Las metas a futuro para esta startup son igual de grandes: “Ahora nos estamos enfocando en el cáncer. Hay que ganar esa batalla, especialmente en nuestro continente”, sentencia Santiago. Actualmente, la empresa tiene cinco grandes proyectos en distintos países de América: Perú, Chile, República Dominicana y México. “¿Y después?”, la respuesta no puede ser más elocuente: “Seguir y crecer”.