Las recientes e intensas lluvias en nuestro país no van a hacernos perder la perspectiva: la escasez de agua es uno de los mayores retos que hoy afronta el planeta, y también España. No porque no haya suficiente en el mundo. Seguimos teniendo más de la necesaria para satisfacer las necesidades de todos los habitantes. El problema es su distribución. No está disponible en cantidad suficiente allá donde resulta necesaria, de manera que una de cada nueve personas no tiene acceso a agua potable.
Si miramos al futuro, las perspectivas tampoco son halagüeñas. Hay estudios que apuntan a que, para 2030, los suministros de agua satisfarán sólo el 60% de la demanda mundial y estarán por debajo del 50% en las zonas de desarrollo. El crecimiento demográfico y los cambios de estilo de vida, la crisis climática, los conflictos armados o el vertido de sustancias tóxicas están afectando seriamente a los recursos hídricos y su disponibilidad.
Otro problema puede radicar en que pensemos que este es un fenómeno que afecta sólo a los países en desarrollo. Y sería un error. En el ranking de países con mayor estrés hídrico, que elabora el World Resources Institute, España figura en el puesto 29 de 164, solo superada en Europa por San Marino, Bélgica y Grecia. Pero el mismo organismo pronostica que, en 2050, habremos ascendido al puesto 20. Nuestra puntuación nos sitúa entre los países de riesgo alto, pero casi rozando el umbral de riesgo extremo.
Además de los efectos del cambio climático, el sistema hídrico español se ve afectado por el deterioro de las infraestructuras y, muy importante, por la falta de inversión. De hecho, invertimos un 50% menos que otros países europeos. Y esa inversión tiene dos apellidos: tecnología e innovación. En efecto, sin menoscabo de la concienciación que nos corresponde a todos, personas, empresas e instituciones, las soluciones tecnológicas innovadoras son nuestro principal aliado para apuntalar nuestros sistemas hídricos y combatir la escasez de agua.
Existen ya tecnologías para la digitalización de la gestión de las infraestructuras hidráulicas, sistemas de información para mejorar la previsión y ayudar a la toma de decisiones, reducir pérdidas y mejorar la eficiencia operativa. Pero, además tenemos la posibilidad de generar más agua, rescatando la que ya hemos usado. Las aguas residuales constituyen un problema medioambiental, y además, un coste. Pero las tecnologías nos permiten revertir ese problema y convertirlo en oportunidad. Limpiar y reutilizar el agua tiene dos ventajas principales: en primer lugar, el impacto positivo en la reducción del consumo de agua dulce; en segundo, la posibilidad de recuperar otros materiales valiosos que estaban en esa agua reciclada y que podrían haber acabado en los flujos de residuos.
Tecnologías como el ZLD (vertido cero de líquidos), de desalinización o centrífugas decantadoras consiguen hacer del agua un bien circular. En realidad, hablamos de ‘agua nueva’, porque, de hecho, es más limpia que la de la mayor parte de los ríos. Hoy podemos reutilizar las aguas residuales de la industria y devolver agua limpia al ecosistema. También, en determinadas industrias, destilar y utilizar el agua del mar y de los ríos en lugar del agua dulce de nuestros pantanos. Además de reducir la presión sobre los recursos hídricos de la zona, evitamos también que las aguas residuales se viertan sin tratar en los cursos de aguas locales, como solía suceder.
Como el movimiento se demuestra andando, podemos citar infinidad de ejemplos de industrias que ya están utilizando agua nueva. Se está empleando en procesos de fabricación que requieren grandes cantidades y donde la legislación sobre su eliminación es cada vez más estricta. Es fundamental para el proceso de electrólisis en la producción de hidrógeno verde, que requiere agua ultrapura. Asimismo, se necesita en cualquier proyecto de construcción para la refrigeración de máquinas o en excavaciones y cimentaciones. Los mayores centros de fabricación de microchips están utilizando agua nueva. Y los centros de datos, como los que se están instalando en España, van a necesitar ingentes cantidades de agua que pueden obtener por este medio sin perjudicar a nuestros ya afectados sistemas hídricos.
Pero, más allá de la industria, podemos hablar de vinicultores de California que están tratando su agua residual, llena de hollejos y zumo de uva, para recargar los acuíferos, convertirla en apta para el riego y hacer la zona más resiliente ante sequias. Una estación de esquí de Polonia consigue agua nueva para producir nieve artificial en invierno e irrigar la hierba de las pistas en verano. O una urbanización privada en Estados Unidos la vende a un club de golf aledaño, que la utiliza para regar sus campos, de manera que recupera así buena parte del coste de tratamiento. Y la agricultura, que se alimenta entre un 70% y un 90% del agua que cae, puede encontrar una fuente alternativa y solvente que la haga menos dependiente de las precipitaciones.
Necesitamos más inversión en infraestructuras para preservar nuestros sistemas hídricos, pero también en innovación para enriquecerlos. Jacques Cousteau dijo que “el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo”. Si apostamos por conseguir más agua disponible, apostaremos por más vida para nuestras industrias y nuestra economía, para nuestro ecosistema y para nosotros mismos.