George Malliaras: "No sé si hay un límite fundamental en la vida humana"

George Malliaras bioelectronica

George Malliaras, profesor de Tecnología en Prince Philip (Universidad de Cambridge) y experto en bioelectrónica, es capaz de desarrollar dispositivos de interacción cerebral diseñados para recoger señales débiles sin necesidad de implantar dispositivos cerebrales. Esto es, que según sus resultados, se pueden medir señales de neuronas individuales sin necesidad de entrar en el cerebro. Las oportunidades que aparecen tras esta innovación son inmensas: desde ser capaces de analizar la actividad cerebral con ruidos a través de un transistor a, como está investigando actualmente, fabricar aparatos electrónicos que puedan cambiar de forma para ser implantados en la médula espinal o en el cerebro.

El profesor George Malliaras, no cree que la tecnología o la bioelectrónica pueda sustituir a la medicina tradicional. Según él, se evolucionará como disciplina, pero no reemplazará nunca a la medicina: “necesitaremos el contacto humano”, asegura. Aún así, sigue habiendo dispositivos de futuro que ayudarán a que mejore. Como el ya citado aparato que puede cambiar de forma de forma súbita.

Hecho con plásticos ultradelgados que se adaptan al cuerpo –y que son muy flexibles–, este aparato permite un cambio que se produce de pronto, quedando el dispositivo quieto durante mucho tiempo para poder interactuar con la biología. “Por ejemplo, metemos el dispositivo enrollado y luego damos un impulso y se desenrolla, se despliega. Luego, la mayor parte de su vida útil seguirá teniendo esa forma desplegada. Cabría considerar posibilidades en las cuales quizá los dispositivos se vayan desplegando más todavía a medida que crezcan, como el paciente. Pero la mayor parte del tiempo el concepto que vemos es que el dispositivo permanecería con la misma forma constantemente e interactuaría con una zona específica del cuerpo”, explica.

Y es que las posibilidades de interactuar con el cerebro son muchas. Porque queda “muchísimo” por descubrir. “Nosotros entendemos cómo funciona el cerebro a un nivel muy fundamental. Nuestra comprensión actual del cerebro se ha centrado en cómo se comunican las neuronas entre sí. Sin embargo, hay otros tipos de células en el cerebro. Células gliales, por ejemplo, que son más numerosas que las neuronas –diez veces más–, que se creen que están ahí para dar apoyo a las neuronas.

Aunque, actualmente, también hay una gran evidencia que sugiere que las células gliales desempeñan un papel muy importante en la computación cerebral. “Y apenas estamos empezando a vislumbrar eso con más claridad. Es, realmente, un problema de naturaleza astronómica. Hay ochenta mil millones de neuronas en el cerebro, conectadas cada una de ellas con mil neuronas más. Las cifras son enormes y es difícil de comprender… Porque es como comprender el universo”, indica George Malliaras.

Si bien estas cifras pueden abrumar, el profesor de Cambridge considera que el ser humano no debe sentirse tan especial. “El esquema general de las cosas, el hecho de que hayamos evolucionado de otras especies debería hacernos humildes. Otra cosa que nos debería hacer ser humildes es el daño que le hacemos al planeta. Si esas cosas no nos hacen sentir más humildes como humanos, creo que la bioelectrónica tampoco lo va a conseguir”.

¿Hay miedo, vértigo, ante las novedades tecnológicas en medicina? “Sí claro. Cualquier avance tecnológico siempre ha provocado algún tipo de resistencia, de reticencia. Lo que te enseñan en el colegio es que la tecnología no es ni buena ni mala; es lo que hagas con ella. Lo bueno o malo, por ejemplo, de entender la física nuclear puede llevar a las técnicas de imagen médicas, muy poderosas o puede llevar a la potencia nuclear, a la energía nuclear, en donde hay gente a favor y en contra. Y luego están las bombas nucleares, que creo que todo el mundo está de acuerdo en que no son buenas”, ríe George Malliaras.

“Todo lo que tenga ver con interactuar con el organismo humano parece que se hace más personal y la historia de la bioelectrónica está llena de ejemplos de los cuales la sociedad no aceptaba la nueva tecnología”. El profesor Malliaras ilustra con un ejemplo: “la película ‘El jovencito Frankenstein’, del año 1974 –recuerda–, dirigida por Mel Brooks, refleja a un supuesto científico loco que intenta resucitar a los muertos. Eso fue así: cuando Galvani hizo sus experimentos con las patas de ancas de rana, poniéndoles electrodos para que las ancas, separadas del cuerpo de las ranas, se movieran, había gente que también experimentaba con cuerpos, con cadáveres”.

“La sociedad, naturalmente y como es lógico, reaccionó de una manera enérgica en contra de ello. Pero ahora, si pasas hacia delante unos 200 años, te encuentras con dispositivos implantados en las personas que tienen arritmias cardíacas y que, cuando el corazón se para, pueden desfibrilar automáticamente y autónomamente el corazón. Se para el corazón, la persona cae al suelo, y automáticamente el dispositivo decide reavivar a la persona… Hemos avanzado mucho en 200 años. Y es muy importante que la tecnología avance en sintonía con la sociedad”, explica.

En el fondo, Malliaras duda sobre la inmortalidad. “No sé si hay un límite fundamental de la vida humana. La esperanza de vida no para de aumentar porque tenemos mejor nutrición, mejor tecnología médica. Yo, personalmente, ya me hubiera muerto dos veces: primero, porque tuve una apendicitis y, la segunda vez, porque tuve un cálculo renal que se atascó. Gracias a la tecnología médica, lo que antes parecía impensable que ocurriera, ocurre. Y estoy aquí, contándolo. Hay otros muchos ejemplos. Sí, podemos ampliar la vida gracias a la tecnología”.

Sobre otros ejemplos en el campo médico, George Malliaras explica que, cuando los antibióticos se desarrollaron, “algunas personas acusaban a los científicos de jugar a ser Dios, decían que no era ético. Si bien hoy, la mayoría de las personas creen que los antibióticos son algo bueno. Aunque la tecnología puede avanzar muy rápido y, por lo tanto, es importante que se haga de una forma, junto con la educación, la formación, la información, para que el público esté educado al respecto y pueda estar de acuerdo con estas innovaciones. Estas investigaciones las financia el contribuyente y el contribuyente tiene que formar parte del ecosistema y vosotros, los periodistas, desempeñáis un papel importantísimo en este sentido”.

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