La minería es un símbolo para Asturias, además de un campo de pruebas perfecto para todo tipo de investigación. Y más con el fin de esta, ya que se presta a estudios quizá menos relacionados con el trabajo y más con otros aspectos. Como puede ser el último estudio de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y la Universidad de Oviedo (UNIOVI), una investigación sobre el riesgo ecológico en una antigua explotación minera de arsénico y cobre localizada en el norte de España.
Se ha publicado en Environmental Geochemistry and Health, y en él se analiza cómo las propiedades del suelo y la disponibilidad de metales y metaloides influyen en la presencia de vegetación en este entorno extremadamente contaminado.
Tanto el grupo de investigación de Prospección y Medio Ambiente (PROMEDIAM) —de la UPM— y el grupo ISYMA —de la UNIOVI— han reunido resultados que contienen una valiosa información: una información que permitirá diseñar estrategias de restauración ambiental en áreas mineras degradadas. Pero este estudio tiene más matices.
«Son imprescindibles futuros estudios centrados en los sedimentos fluviales y su interacción con la columna de agua para una comprensión completa de los riesgos medioambientales asociados a los habitantes y los organismos de estas regiones, si bien, en el área estudiada, los primeros indicios sugieren que no existe una transferencia significativa hacia los cursos fluviales en la actualidad», señala Miguel Izquierdo, investigador de la UPM, sobre una línea de investigación surgida del estudio: si la proximidad del pasivo minero a recursos hídricos o a espacios naturales protegidos puede constituir un riesgo para las poblaciones humanas.
Y es que en el trabajo también se habla sobre evaluaciones de riesgo ecológico, en los que se deben integrar factores locales como la acidez del suelo o la presencia de materia orgánica con el objetivo de comprender mejor los efectos sobre la vegetación.
Dónde salió la vegetación
«El complejo minero en la que se realizó el estudio se encuentra abandonado desde mediados del siglo XX y dejó tras de sí suelos con concentraciones de arsénico y cobre hasta mil veces superiores a los niveles genéricos considerados seguros para las plantas», explican en el estudio. Así que, a pesar de esta elevada contaminación, los investigadores observaron que algunas zonas conservaban vegetación, mientras que otras nada.
¿Qué pasó para que ocurriera esto en el mundo de la minería? Según el estudio, hay dos factores que lo explican. El primero es el pH del suelo, y el segundo el propio contenido de materia orgánica. Al parecer, ambos factores afectan directamente a la capacidad de las plantas para absorber los contaminantes presentes en el suelo.
Por ello, «en las zonas más ácidas y con menos materia orgánica, como los alrededores de la antigua planta de procesamiento, los suelos de la minería resultan especialmente inhóspitos para el crecimiento vegetal».
Cabe destacar que en el estudio se analizaron 27 muestras de suelo en las que se evaluaron tanto las concentraciones totales como las fracciones que podrían ser absorbidas por las plantas. Concretamente, de ocho elementos potencialmente tóxicos —arsénico, cadmio, cobalto, cromo, cobre, níquel, plomo y zinc—.
«Los resultados muestran que, aunque las concentraciones totales de metales y metaloides son elevadas, su disponibilidad para las plantas no siempre es proporcional». Por ejemplo, el cobre, esencial para el metabolismo vegetal en pequeñas dosis, alcanza niveles tóxicos en muchas muestras, pero su efecto varía dependiendo de las características del suelo, explican.