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Aitor Romero. IP Consultancy Specialist ClarkeModet

Claves para un modelo nacional de transferencia tecnológica

Por Aitor Romero, IP Consultancy Specialist ClarkeModet

No cabe duda de que la innovación es hoy la base para el crecimiento, el desarrollo industrial y el posicionamiento tecnológico de un país. Tampoco que la fortaleza y las relaciones entre los actores implicados (principalmente empresas, universidades y centros tecnológicos) determinan, en buena medida, la salud de un ecosistema de innovación que impacte directamente en las necesidades del conjunto de la sociedad.

En el proceso de innovación, tres son las fases principales implicadas: investigación, transformación y comercialización. Y su éxito dependerá, en buena medida, de una interconexión fluida entre ellas, especialmente en lo que respecta al trasvase de conocimiento a las necesidades del mercado. En este sentido, puede afirmarse que se podrá responder a la demanda si existe el conocimiento necesario, y que solo se producirá innovación si hay mercado para ella.

Por eso, esa tercera fase de la innovación, la comercialización o transferencia tecnológica, es la más dura de todas, y en la que la mayoría de las tecnologías innovadoras perecen, quedándose a sólo un paso del éxito. Los sistemas de innovación más maduros y eficientes son, de hecho, aquellos que tienen bien definido el proceso de transferencia y consiguen resultados tangibles, contribuyendo a que el conocimiento innovador generado beneficie a todos.

Tenemos los ejemplos de dos modelos de éxito. Por un lado, el de los sistemas que van de abajo a arriba (bottom-up), como el de Estados Unidos y Finlandia. En ellos, es primero el mercado el que identifica las nuevas necesidades mediante agentes privados, para generar después el conocimiento y desarrollar la propiedad intelectual antes de su financiación y posterior comercialización.

En segundo lugar, están aquellos que van de arriba a abajo (top-down), como los de Corea del Sur, Japón o, más recientemente, Israel. En este caso, se establecen primero las prioridades nacionales (típicamente entre uno o varios ministerios en colaboración con los agentes privados), para promover, a continuación, consorcios industriales que sigan las prioridades identificadas. Después, se incentiva el pooling o puesta en común tecnológica, que derivarán en sistemas de financiación nacionales que permitan desarrollar las tecnologías para comercializarlas en última instancia.

Tanto el caso de Finlandia como el de Israel demuestran que no es necesario ser una potencia mundial para lograr el éxito. En ambos, pese a emplear paradigmas de transferencia tecnológica distintos, vemos que existen dos factores comunes para el éxito.

En primer término, que la tecnología es suficientemente innovadora y científicamente sólida, algo que también podría venir reforzado por la financiación pública de proyectos de innovación, que son importantes instrumentos de apoyo para el fomento de la I+D. En segundo lugar, que generalmente se protege mediante la figura adecuada de propiedad intelectual – algo que será también esencial a la hora de obtener financiación.

A continuación, y, sobre todo, en el en caso de realizarse el desarrollo de estas tecnologías con start-ups o PYMEs, debe asegurarse una financiación adecuada, ya sea mediante fondos públicos o privados. Por último, se llevará a cabo un eficiente proceso de comercialización, poniendo en contacto a agentes del mercado con los desarrolladores de la tecnología para alcanzar acuerdos de explotación.

El caso español, como todo aquel que es dependiente de los fondos europeos, tiende a ser un modelo mixto, en el que la etapa que presenta mayores dificultades suele ser la de comercialización. En este sentido, puede decir que el contacto entre el mercado y las etapas más avanzadas del desarrollo de I+D (los TRL superiores, cuando una tecnología ya está madura y preparada para entrar en el mercado) es un aspecto claramente a mejorar dentro del ecosistema español.

¿Cuál de estos modelos es más eficiente y por cuál deberíamos apostar para dar un impulso a nuestro sistema de innovación? Las evidencias demuestran que, probablemente, la elección entre uno u otro no es definitiva y que dependerá, principalmente, del refuerzo de las distintas etapas y a la colaboración activa de los distintos actores del ecosistema de innovación.

En cualquier caso, sea cual sea el elegido, el éxito de un modelo de innovación nacional se basará siempre en garantizar que el mercado y el entorno de desarrollo tecnológico estén en estrecho contacto, logrando los atributos fundamentales de un sistema eficiente. Se impone, por tanto, la necesidad de diseñar un modelo propio en el que confluyan los aprendizajes obtenidos de otras experiencias y su adaptación a las condiciones específicas de cada país. El caso de España supondrá un reto especial por tanto para sus administraciones públicas, como para sus universidades y centros tecnológicos, como para su tejido empresarial y productivo más innovador. De su eficiente cooperación dependerá un éxito que deberá repercutir en beneficio de todos nosotros

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